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EL  SANTUARIO  Y  EL  LUGAR  DE  LA  MORADA  DE  DIOS

     La eternidad nunca podrá descifrar la profundidad del amor revelado en la cruz del Calvario.  Fue allí donde el infinito amor de Cristo y el cruel e ilimitado egoísmo de Satanás estuvieron cara a cara.  El completo sistema religioso de los antiguos Israelitas, con todos sus tipos sombríos y símbolos (vea Hebreos 8:5, 10:1; Colosenses 2:17), fue sólo una breve profecía del evangelio de Jesucristo revelando su sacrificio en la cruz y su obra ministerial por la humanidad.
     Aunque la práctica de estos ritos y ceremonias quedó abolida a la muerte de Cristo, todavía las verdades simbólicas son claramente visibles.  En cada sacrificio animal, estaba reprensentada la muerte de Cristo.  Su justicia ascendió en cada nube de incienso.  En cada jubileo la trompeta su nombre resonó.  Su gloria se manifestó en el terrible misterio de su morada en el lugar santísimo.
     En la luz brillante del santuario, los libros de Moisés con sus detalles de ofrendas y sacrificios, sus ritos y ceremonias, usualmente considerados sin sentido y desprovistos de interés, llegaron a ser radiantes, consistentes y de gran belleza.  No hay otro tema que esté completamente ligado a toda la Palabra Inspirada en tan perfecta armonía, como el tema del santuario.  Cada verdad central del evangelio, irradia del servicio del santuario como los tibios rayos del sol.  Cada tipo usado en el sistema sacrificial fue diseñado por Dios para representar alguna verdad espiritual.  El valor de estos tipos, consistió en el hecho de que fueron elegidos por Dios mismo, para llevar adelante las diferentes fases del completo plan de redención, hecho posible por la muerte de Cristo.  Pero, ¿por qué llegó a ser necesario en primer plano un sistema sacrificial?
     La desobediencia a los mandamientos de Dios por Adán y Eva abrió las compuertas del torrente de desgracia sobre nuestro mundo.  La caída de toda la familia humana en impenetrables tinieblas y muerte fue el destino futuro de todas las cosas vivientes.  Pero el amor divino concibió un plan por el cual el hombre podría ser redimido del pecado y la muerte.  Este plan fue revelado en la promesa:
     “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” Génesis 3:15.

     Desde entonces la ley divina es tan sagrada como Dios mismo, solo Uno igual a Dios podía hacer una expiación por su transgresión.  Por lo tanto, la simiente de la mujer no podía referirse a ningún otro que a Cristo Jesús (vea Gálatas 3:16).  En esta promesa a nuestros primeros padres, un rayo de esperanza penetró en las tinieblas que envolvían las mentes de la pareja pecadora.  Entonces, cuando les fue dado a conocer que el sistema de sacrificios demandaba la vida de una víctima inocente (vea Génesis 4:4), pudieron ver más claramente el hecho de que la muerte del Amado Hijo de Dios fue necesariamente ordenada para expiar sus pecados y cumplir con los clamores de la ley quebrantada.  Por este sistema de sacrificios, la sombra de la cruz se extendió hasta el principio y llegó a ser una estrella de esperanza iluminando las tinieblas, el terrible futuro y disipando la total desolación y el terror a lo desconocido.
     Permítannos examinar algunos de estos ritos y ceremonias y ver, qué verdades espirituales resplandecen.  A fin de que el hombre pudiera comprender la enormidad del pecado, que quitaría la vida al impecable Hijo de Dios, fue necesario llevar un cordero inocente, confesar los pecados sobre su cabeza, entonces con sus propias manos, quitar su vida – un tipo de la vida de Cristo.  Esta ofrenda por el pecado era entonces quemada, tipificando que a través de la muerte de Cristo todo pecado podría finalmente ser destruido en los fuegos del último día (vea Malaquías 4:1-3;  Apocalipsis 20:9-10, 13-15).
     El sencillo sistema de sacrificios insitutido por el Señor en el principio para simbolizar, o prefigurar a Cristo, fue casi totalmente perdido de vista durante el cautiverio de los hijos de Israel en Egipto.  Al salir de Egipto en el Exodo, Moisés, por instrucción divina, les dio un sistema más detallado, diseñado en las Escrituras como el “Santuario y sus servicios” (vea Exodo 25:38; Levítico 4-27).  Este santuario terrenal, con todo el material y la construcción de sus enseres, toda forma, ceremonia y detalle de sus servicios, tenía un significado espiritual y fue diseñado para darle al adorador, una comprensión más completa del gran plan por el cual la humanidad podría ser redimida del pecado y la muerte a través de Cristo y su gran sacrificio.
     El cristiano que voluntariamente estudia el servicio típico del santuario, no como un montón de áridas e inertes reliquias de adoración antigua, sino como un grandioso conjunto de diferentes partes divinas que revelan el maravilloso plan de redención, se asombrará de la belleza revelada.  Ve la hermosa historia del amor del Salvador.  Ve el cuadro vívido del sacerdote con la túnica blanca como la nieve llevando la vaca roja fuera al áspero y desierto valle, para ofrecer ésta como un sacrificio por el pecado.  Contempla la vaca muerta y su sangre asperjada sobre las piedras ásperas del valle, para enseñar que Cristo murió por el más indigno, por el proscrito (vea Números 19:1-22; Deuteronomio 21:1-9).  ¿Quién puede contemplar aquella escena sin que su corazón se llene de amor por semejante compasión redentora?
     De nuevo ve el cuadro de un pecador destituido, anhelando ser liberado del pecado.  Se siente impotente y ve a sus hermanos ricos pasando con sus costosos corderos para ofrecerlos por el pecado, ve al pobre llevando sus menos costosos pichones y palomas, y finalmente se hunde en la desesperación porque no tiene nada que ofrecer por sus pecados.  Entonces la luz de la esperanza brilla en su rostro para decirle: “Sólo una medida de harina será suficiente ” (vea Levítico 5:11-13).  Luego ve al sacerdote  ofrecer un puñado de este trigo molido, como un emblema del bendito cuerpo de Cristo para ser quebrantado por él, y escucha decir: “Tu pecado es perdonado”, entonces, su corazón salta de alegría.  ¡Oh, hay mucha verdad divina y gloriosa que será descubierta al estudiar el santuario y sus servicios!
     El santuario o tabernáculo construido por Moisés por mandato de Dios, fue el lugar de morada terrenal de la Majestad del cielo.  Dios declaró: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos.” Exodo 25:8.
     Como los Israelitas estuvieron viajando a través del desierto, el tabernáculo fue elaborado de modo que podía ser llevado de un lugar a otro; sin embargo era una estructura de gran magnificencia.  Sus paredes constaban de pesadas tablas rectas plateadas con oro y sus basas cubiertas de plata, el techo fue hecho de una serie de cortinas o cubiertas, la parte exterior era de pieles mientras que la parte interior era de lino fino primorosamente tejido con figuras de querubines o ángeles (vea Exodo 26:2-30).  Además del atrio exterior que contenía el altar del sacrificio y la fuente de bronce o lavacro (vea Exodo 27:1-8, 30:17-21), el santuario en sí, constaba de dos departamentos llamados el lugar santo y el lugar santísimo (vea Exodo 26:33; 1 Reyes 6:16-17, 8:6-10; Hebreos 9:2-3).  Estos dos departamentos estaban separados entre sí por una rica y bella cortina o velo (vea Exodo 26:31-34), y un velo similar a manera de puerta estaba a la entrada del primer departamento separándolo del atrio exterior (vea Exodo 26:36-37).
     En el lugar santo estaba el candelabro, al sur, con sus siete lámparas alumbrando el santuario de día y de noche (vea Exodo 25:31-40, 26:35, 40:24-25).  En el lado norte de este primer departamento estaba la mesa de los panes de la proposición (vea Exodo 25:23-30, 26:35, 40:22-23).  Directamente delante del velo interior que separaba el lugar santo del lugar santísimo estaba el altar de oro del incienso, del cual la nube de fragancia, con las oraciones del pueblo de Dios ascendía diariamente delante de El (vea Exodo 30:1-10, 40:5, 26-27).
     En el lugar santísimo estaba el arca, el cofre de preciosa madera revestida con oro, en que estaban depositadas las dos tablas de piedra en que Dios había escrito su ley de los diez mandamientos (vea Exodo 25:10-22, 40:20-21; 1 Reyes 8:9).  Sobre el arca y formando la cubierta de este cofre sagrado, estaba el propiciatorio o asiento de la misericordia, custodiado por dos querubines, uno a cada lado y todo hecho de oro macizo.  En este segundo departamento, la presencia de Dios estaba manifestada en una nube de gloria en el espacio entre estos querubines y directamente sobre el propiciatorio.  Esto fue dispuesto justamente para enseñar que cuando somos culpables de quebrantar la ley de Dios y cometemos pecado (vea 1 Juan 3:4); aún podemos obtener perdón y misericordia a través de Cristo quien será aceptado por Dios y así, podemos aparecer ante su santa presencia sin ser destruidos.
     En una vista desde arriba usted contempla cómo el santuario y sus muebles fueron ordenados:  Comenzando en el atrio exterior y mirando a través de ambos departamentos del santuario, primero verá el altar de bronce del sacrificio (vea Exodo 40:6), y en línea, a la derecha arriba de éste, verá la fuente de bronce (vea Exodo 40:7, 30-32).  Luego, detrás del velo exterior y en el primer departamento, verá el candelabro a la derecha, la mesa de los panes de la proposición a la izquierda y directamente antes del velo interior verá el altar de oro del incienso.  Al pasar este velo interior, ya en el lugar santísimo, verá el arca directamente delante de usted.  Al contemplar el cuadro completo del santuario, notará que una cruz perfecta es claramente visible.
     Es que en realidad, en el santuario y sus servicios, la cruz de Cristo debe ser vista como el gran centro de todo el plan de la redención humana.  A su alrededor se concentra cada verdad de la Biblia.  De él irradia luz desde el comienzo hasta el fin, desde la antigua y hasta la nueva dispensación.  Este penetra el más allá y da a los hijos de la fe, una vislumbre de la recompensa eterna futura para los santos fieles de Dios.  La cruz también declara el amor de Dios por el universo entero.  El príncipe de este mundo es echado fuera.  Las acusaciones que Satanás presentó contra Dios son refutadas, y el probio del desterrado del cielo es quitado por siempre.  También la justicia e inmutabilidad de la ley de  Dios son confirmadas, y los ángeles como también los hombres son atraídos al Redentor.
     Este es el único santuario de Dios que alguna vez existió en la tierra, del cual la Biblia da alguna información y fue el único que Dios ordenó a Moisés construir.  Este fue llamado por Pablo como el santuario del primer pacto (vea Hebreos 9:1).  ¿Pero no tenía santuario el nuevo pacto?
     “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre.” Hebreos 8:1-2.

     Aquí es revelado el santuario del nuevo pacto – un tabernáculo celestial.  El santuario terrenal del primer pacto fue establecido por el hombre y contruido por Moisés.  Pero el santuario celestial es establecido por el Señor y no por el hombre. En el santuario del primer pacto los sacerdotes terrenales llevaban a cabo el servicio.  En el santuario celestial del segundo pacto, Cristo nuestro gran Sumo Sacerdote , ministra a la diestra de Dios.  De modo que, un santuario estaba en la tierra  y otro está en el cielo.
     El santuario contruido por Moisés fue hecho conforme al modelo del templo en el cielo.  El Señor instruyó a Moisés:
     “Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis....mira y hazlos conforme al modelo, que te ha sido mostrado en el monte.”  Exodo 25: 9, 40 (vea también Hebros 9:23, 8:5).

     Este santuario fue establecido de tal modo, que nuestra fe pueda estar fundamentada en el hecho de que en el cielo hay un santuario cuyos servicios son realizados para la redención de la humanidad.  El templo celestial en el cual Jesús ministra en nuestro favor, es el gran original, del cual el que construyó Moisés es tan sólo una copia.
     Toda la obra en el santuario terrenal era para enseñar la verdad referente al santuario celestial.  Mientras el santuario terrenal permaneció, el camino al santuario celestial no se hizo manifiesto (vea Hebros 9:8).  Pero cuando Cristo fue crucificado, el velo del santuario terrenal fue rasgado en dos significando que un nuevo y mejor camino era instituido (vea Mateo 27:51; Lucas 23:45).  El primero fue entonces quitado y el segundo podía ser establecido sobre mejores promesas (vea Hebreos 8:6).  Mientras Cristo estuvo en la tierra, no podía ser sacerdote (vea Hebreos 8:4), y no podía ofrecer su sangre derramada para hacer expiación por nuestro pecados.  Pero Cristo se levantó de la muerte y ascendió al cielo, y luego vino a ser nuestro Sumo Sacerdote de modo que podía presentar delante de Dios su sangre derramada en nuestro favor, y así hacer expiación por el pecado.  Por lo tanto, la expiación por el pecado no podía ser cumplida y completada en la cruz, sino que sólo podía comenzar después de que Cristo ascendiera al cielo y comenzara su obra ministerial en el santuario celestial como nuestro Sumo Sacerdote.  El sacrificio de Cristo, el cual fue necesario para que la expiación pudiera llevarse a cabo, fue realizado en la cruz, pero no la expiación en sí misma.
     Este gran cambio del santuario terrenal al santuario celestial no fue dejado inadvertido.  Dios reveló este gran cambio a través de sus profetas – especialmente a través del discípulo amado Juan   (vea Apocalipsis 4:1-5, 8:3-4, 9:13, 11:19, 14:17-18, 15:5-8).
     Pero no solamente vio a Cristo presentar su preciosa sangre ante el Padre a favor del pecado suyo y mío en el santuario celestial (vea Hebreos 9:11-14, 24-28), sino que también vio allí el trono de la Majestad de Dios, el cual está circundado por miríadas de huestes angelicales, todos esperando ejecutar los mandatos de Dios (vea Salmos 103:19-20).  Desde este lugar de la morada de Dios, estos ángeles son enviados para responder las oraciones de los hijos de Dios aquí en la tierra (vea Daniel 9:21-23; Hebreos 1:7, 14).  De esta manera, el santuario celestial es visto como el gran centro de actividad, desde donde todo el poder divino necesario para vencer toda tentación de Satanás, es enviado a cada uno de aquellos que estén concentados con él por la fe.
     Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote quien está ministrando por nosotros, se complace en extender su poderosa mano desde el santuario celestial, para sujetar amorosamente la mano de cada uno de los que la extiendan por fe y echen mano de la ayuda que se les ofrece.  El que por fe se aferra de aquella Poderosa Ayuda, podrá pasar seguramente sobre las abruptas cuestas de la dificultad, con su porpia alma llena de luz mientras difunde luz y bendición a otros.  Mientras que él por la fe se mantenga firmemente aferrado de Dios, tendrá luz y poder del santuario celestial; pero si permite  que haya duda e incredulidad que rompa esta vital conexión, estará en tinieblas, no sólo incapacitándose a sí mismo para seguir adelante, sino que obstruirá el camino de otros también.
     La Biblia revela que no sólo hay dos santuarios diferentes; el templo celestial o el lugar de la morada del Altísimo, donde Cristo intercede en nuestro favor, y el templo terrenal, con sus servicios típicos, diseñado para enseñar a la humanidad las grandes verdades espirituales sobre el plan de la redención del pecado.  Sino que también hay un tercer templo que es extremadamente importante comprender.  Este es el templo del cuerpo humano, donde el Espíritu de Dios desea imperar y reinar.
     “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?  Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” 1 Corintios 6:19-20.

     Esta es la experiencia del nuevo pacto que Dios estaba refiriendo a través de Jeremías y Pablo:
     “Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo.” Hebreos 8:10; Jeremías 31:33.

     ¡Qué pensamiento!  ¡Dios desea poseerlo a usted para que sea su templo en el cual El pueda morar e imperar!
     Sí, amigo, tanto el Padre como Cristo Jesús lo aman a usted tanto, que ellos no desean permanecer trillones de millas lejos de usted en el cielo, sino que desean morar directamente con usted a través del Espíritu Santo – ¡El Espíritu de verdad!  ¡Esto es indudablemente un misterio, pero uno que es poderoso y glorioso!
     “El misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí.” Colosenses 1:26-29.

     Pero la gran pregunta que usted debe hacerse es: ¿Amo a Dios lo suficiente que voluntariamente estoy limpiando mi vida y actúo de una manera tal, que la Divinidiad pueda morar, vivir e imperar en mí como Su santo santuario y lugar de morada en esta tierra?  ¡Qué bendiciones inmensas podrían ser nuestras, si voluntariamente ofreciéramos nuestra vida a Dios y le premitiéramos reinar en y a través de nosotros!  O ¿Está usted decidiendo continuar viviendo en la maldad y el pecado y continúa corrompiendo el templo de su cuerpo con hábitos intemperantes, rechazando la gracia y la misericordia que Dios le ofrece, y permite que el diablo haga en usted su sinagoga y lugar de morada para vivir y reinar en esta tierra?  Es lo uno o lo otro, porque usted no puede servir a ambos (vea Mateo 6:24).


¿QUÉ ESCOGERA USTED?

     “Pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza.  Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones...mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de iniquidad para apartarse del Dios vivo.” Hebreos 3:6-8, 12.

     “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?  ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?  ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?  ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?  Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.  Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré y seré para vosotros por Padre y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.  Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” 2 Corintios 6:14-18, 7:1.