"LET THERE BE LIGHT" Ministries
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¡¿NECESITA  SER  PURIFICADO  EL  TEMPLO  DE  DIOS?!

     El único santuario de Dios que alguna vez existió en la tierra, del cual la Biblia da alguna información, fue el que Dios ordenó construir a Moisés: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos.” (Exodo 25:8).  Este, fue declarado por Pablo que era el santuario del primer pacto (vea Hebreos 9:1).  ¿Pero no tenía  santuario el nuevo pacto?
     “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre.” Hebreos 8:1-2.

     Aquí es revelado el santuario del nuevo pacto – un tabernáculo celestial.  El santuario terrenal del primer pacto fue levantado por el hombre y construido por Moisés.  Pero este santuario  celestial es levantado por Dios y no por el hombre.  En el santuario del primer pacto, los sacerdotes  terrenales llevaban a cabo el servicio.  En el nuevo pacto del santuario celestial, Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, ministra a la diestra de Dios.  De modo que, un santuario estaba en la tierra, el otro está en el cielo.
     El santuario construido por Moisés fue hecho según el modelo del templo celestial.  El Señor ordenó a Moisés: “Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis....mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte.” Exodo 25:9, 40 (vea también Hebreos 9:23, 8:5).   Esto fue hecho, de modo que nuestra fe pudiera estar afianzada, en la evidencia de que en el cielo hay un santuario cuyos servicios son llevados a cabo  para la redención de la humanidad.  Este santuario en el cual Jesús ministra en nuestro favor, es el gran original, del cual el templo construido por Moisés era sólo una copia.
     Toda la adoración en el santuario terrenal era para enseñar la verdad respecto al santuario celestial.  Mientras el tabernáculo terrenal fue establecido, el camino al tabernáculo celestial aún no se había manifestado (vea Hebreos 9:8).  Pero cuando Cristo fue crucificado,  el velo del santuario terrenal fue desgarrado en dos significando que un nuevo y mejor camino estaba siendo establecido (vea Mateo 27:51; Lucas 23:45).  El primero estaba siendo quitado y el segundo, basado sobre mejores promesas, podía ser establecido (vea Hebreos 8:6).  Mientras Cristo estuvo en la tierra, Él no podía ser un sacerdote (vea Hebreos 8:4), y por lo tanto no podía ofrecer su sangre derramada y expiar por nuestros pecados. Pero Cristo levantado de la muerte, ascendió al cielo, y entonces vino a ser nuestro Sumo Sacerdote, de modo que podía presentarse ante Dios con su propia sangre derramada en nuestro favor, y así,  hacer una expiación por el pecado.  Por lo tanto, la expiación no podía haber sido cumplida o completada en la cruz, sino que sólo podía serlo, después de que Cristo ascendiera al cielo y comenzara su obra ministerial en el santuario celestial como nuestro Sumo Sacerdote.
     Dios reveló este gran cambio del santuario terrenal al santuario celestial a través de sus profetas – especialmente a través del discípulo amado Juan (vea Apocalipsis 4:1-5, 8:3-4, 9:13, 11:19, 14:17-18, 15:5-8).
     No sólo suplicó Jesús con su preciosa sangre ante el Padre en este santuario celestial a favor de la pecaminosidad suya y mía (vea Hebreos 9:11-14, 24-28), sino que allí también vio el majestuoso trono de Dios que está circundado por miríadas de las huestes angélicas, todos esperando obedecer los mandamientos de Dios (vea Salmos 103:19-20).  De este templo de Dios, aquellos ángeles son enviados a responder las oraciones de los hijos de Dios  aquí en la tierra (vea Daniel 9:21-23; Hebreos 1:7, 14).
     Así que, el santuario celestial es presentado para ser el gran centro de actividad desde donde,  todo el poder divino necesario para vencer toda tentación de Satanás, es enviado a cada cual que esté conectado con él por fe.  Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote que está ministrando por nosotros, está dispuesto a extender su poderosa mano desde este santuario celestial,  y amorosamente alcanzar la mano de cada uno que la extienda por fe y se aferre de la ayuda que le ofrece.  Solamente aquel cuya fe esté afianzada de esta Poderosa Ayuda, podrá seguramente pasar sobre la abrupta cuesta de la dificultad, su propia alma será colmada de luz mientras difunde luz y bendición a otros.  Mientras él por fe conserva una firme sujeción a Dios, tendrá luz y poder del santuario sobre sí;  pero si alberga duda e incredulidad romperá esta  conexión, quedará en tinieblas, no sólo incapacitándose para avanzar él mismo, sino que  también bloqueará el camino a otros.
     Llegará un momento en el cual la obra ministerial de Cristo cesará y ya no ofrecerá  su sangre para expiar por nuestros pecados (vea Daniel 12:1;  Apocalipsis 22:11-12).  De modo, que se dará inicio a un tiempo de angustia, el cual probará las almas de los hombres, y si escogiésemos cometer algún pecado después de este evento, no habrá manera por la cual podamos ser perdonados y estaremos perdidos.  Puesto que este es un asunto de salvación -un asunto de vida o muerte, ¿hay alguna manera por la cual podamos conocer cuándo terminará la obra ministerial de Cristo, de tal manera que podamos hacer nuestra propia preparación para ese tiempo?  ¡Sí!  Antes que la obra mediadora de Cristo pueda terminar, el santuario celestial debe ser purificado.
     La purificación del santuario, tanto en el servicio terrenal como en el celestial, debía ser realizado con sangre:  en el antiguo, con  la sangre de animales;  en el posterior, con la preciosa sangre de Cristo.  Esto era necesario porque sin el derramamiento de sangre, no podía haber remisión de pecado (vea Hebreos 9:22).  La remisión,  o puesta aparte del pecado, es la última obra que será cumplida.  Cómo puede el pecado estar conectado con el santuario, ¿en el cielo o en la tierra?  Esto puede ser aprendido al examinar el servicio simbólico del santuario terrenal;  porque el sacerdote que oficiaba en la tierra, servía “a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales.” (Hebreos 8:5).
     La ministración del santuario terrenal constaba de dos divisiones;  los sacerdotes ministraban diariamente en el lugar santo,  mientras que una sola vez al año el sumo sacerdote llevaba a cabo una obra especial de expiación en el lugar santísimo para la purificación del santuario (vea Levítico 16).  Día a día el pecador arrepentido traía su ofrenda a la puerta del tabernáculo, y colocando su mano sobre la cabeza de la víctima, confesaba sus pecados, así en figura, transfería sus pecados a la víctima inocente.  El animal era entonces muerto, derramada su sangre y de esta manera, en símbolo se efectuaba la remisión del pecado.  La ley de Dios quebrantada  reclamaba la vida del transgresor.  La sangre, representando la vida perdida del pecador, cuya culpa la víctima pagaba, era llevada por el sacerdote al lugar santo y asperjada delante del velo del lugar santísimo, donde estaba colocada el arca que contenía la ley de Dios que el pecador había transgredido.  Por esta ceremonia el pecado era, a través de la sangre, transferido en figura al santuario.
     Tal era la obra que se llevaba a cabo, día tras día durante el año.  Los pecados del pueblo de Dios eran así transferidos al santuario, y era necesario llevar a cabo una obra especial para su eliminación.  Dios ordenó que una expiación fuera hecha por cada uno de los departamentos sagrados.  “Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, y de sus rebeliones y de todos sus pecados; de la misma manera hará también al tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de sus impurezas.”   Una expiación también debía ser hecha por el altar, “para  limpiarlo, y santificarlo de las inmundicias de los hijos de Israel.” Levítico 16:16, 18-19.     
     Una vez al año, en el gran Día de la Expiación, el sumo sacerdote entraba al lugar santísimo para la purificación del santuario.  La obra que allí se realizaba, completaba la rutina anual de la ministración.  En el Día de la Expiación dos machos cabríos  eran traídos a la puerta del tabernáculo – uno para el Señor, y el otro como víctima expiatoria (vea Levítico 16:8).  El macho cabrío escogido para el Señor debía ser muerto como una ofrenda por el pueblo.  Y el sacerdote debía traer su sangre adentro del velo en el lugar santísimo y asperjarla delante y sobre el propiciatorio.  La sangre también debía ser asperjada sobre el altar del incienso en el primer departamento.  
     Sobre la cabeza de la víctima expiatoria el sumo sacerdote confesaba todos los pecados perdonados y las iniquidades del pueblo de Dios, que se habían acumulado hasta aquel momento. De esta manera, colocándolos  o transfiriéndolos a la víctima expiatoria.  Entonces,  este macho cabrío era llevado por la mano de un hombre experto al desierto, de donde ya no regresaba (vea Levítico 16:21-22).  El santuario estaba entonces completamente purificado y libre del pecado.  No estaba determinada la cantidad de tiempo que requería esta obra de expiación para ser completada en aquel día, pero la duración del tiempo estaba determinada por el tiempo que le tomara al sumo sacerdote  completar su obra (vea  Levítico 16:17).  Esta debe haber terminado en algún momento durante aquel día.
     Toda esta ceremonia estaba diseñada para imprimir en el pueblo de Dios, la santidad de Dios y su aborrecimiento del pecado;  y mostrarles, además,  que ellos no podían entrar en contacto con el pecado sin llegar a ser contaminados.  A cada uno  le era requerido afligir su alma, mientras esta obra de expiación se llevaba a cabo.  Toda la congregación pasaba el día en solemne humillación delante de Dios, en oración, ayuno, y profundo escudriñamiento del corazón.
     Grandes e importantes verdades concernientes a la expiación por el pecado, son enseñadas por este servicio típico.  Un substituto era aceptado en  lugar del pecador;  pero el pecado no era eliminado por la sangre de la víctima.  Así, era provisto un medio por el cual éste era transferido al santuario.  Por la ofrenda de sangre el pecador reconocía la autoridad de la ley, confesaba su culpa por transgredirla y expresaba su deseo de perdón por medio de la fe en un Redentor por venir;  pero él no estaba aún enteramente liberado de la condenación de la ley.  En el día de la expiación, el sumo sacerdote, habiendo tomado una ofrenda de la congregación, entraba al lugar santísimo con la sangre de su ofrenda, y la asperjaba  sobre el propiciatorio, directamente sobre la ley para satisfacer sus demandas.  Entonces, en su carácter de mediador, él tomaba los pecados sobre sí mismo quitándolos del santuario.  Colocando luego sus manos sobre la cabeza del macho cabrío,  confesaba sobre él todos estos pecados, así en figura, los transfería de sí mismo al macho cabrío.  El macho cabrío entonces, los llevaba lejos, y eran considerados separados del pueblo para siempre.
     Tal era el servicio llevado a cabo “a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales.”  Y lo que era hecho en tipo en la ministración  del santuario terrenal, es hecho en realidad en la ministración del santuario celestial hoy.  Después de su ascensión, nuestro Salvador comenzó su obra como nuestro Sumo Sacerdote.   Dice Pablo:
     “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero,  sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios.” Hebreos 9:24.

     La ministración del sacerdote durante todo el año en el primer departamento del santuario o  “que penetra hasta dentro del velo”, que simbolizaba la puerta y separaba el lugar santo del atrio exterior, representa la obra de ministración que Cristo inició después de su crucifixión y ascensión al cielo.  Esta era la obra del sacerdote en la ministración diaria para presentar ante Dios la sangre de la ofrenda por el pecado, y también el incienso que ascendía con las oraciones de Israel.  Así, Cristo ofrecía su sangre ante el Padre a favor de los pecadores, y la  presentaba también ante Él, con la preciosa fragancia de su propia justicia, las oraciones de los creyentes penitentes.  Tal era la obra de ministración en el primer departamento del santuario en el cielo.
     Hasta allí fue seguido por la fe de sus discípulos, mientras Cristo ascendía y se ocultaba de su vista (vea Hechos 1:9-11).  En esto se centraba su esperanza, la esperanza puesta delante de nosotros, Pablo dijo:
     “La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo,  donde Jesús entró por nosotros como  precursor, hecho Sumo Sacerdote para siempre...y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.” Hebreos 6:19-20, 9:12.

     Durante 1800 años después de la ascensión de Cristo, esta obra de ministración continuó en el primer departamento del santuario celestial.  La sangre de Cristo, ofrecida en favor de los creyentes penitentes, aseguraba su perdón y aceptación ante el Padre, sin embargo, sus pecados permanecen en los libros de registro.  Como en el servicio típico,  donde había una obra de expiación al cierre del año, de igual manera, antes que la obra de Cristo por la redención de la humanidad quede completada, debe realizarse una obra de expiación para la eliminación de los pecados del santuario celestial.
     Como antiguamente, los pecados del pueblo, eran por la fe colocados en la ofrenda por el pecado, y a través de esta sangre transferidos, en figura, al santuario celestial, así en el nuevo pacto los pecados del arrepentido son, por la fe, colocados sobre Cristo y transferidos, de hecho, al santuario celestial.  Y como la purificación típica del terrenal era completada por la remoción de los pecados, ya que éste había sido contaminado, así la actual purificación del celestial debe ser completada por la remoción o erradicación de los pecados que están registrados en los libros del cielo (Salmos 69:28; Malaquías 3:16; Daniel 12:1; Filipenses 4:3; Apocalipsis 3:5, 13:8, 17:8, 22:19).  Pero antes que esto pueda ser realizado, debe haber un examen de los libros de registro para determinar quién, a través del arrepentimiento y la fe en Cristo, tiene derecho a los beneficios de su expiación.   La limpieza del santuario, por consiguiente, involucra una obra de investigación -una obra de juicio –  (vea Daniel 7:10;  Apocalipsis 20:4,  11-15;  Eclesiastés 12:13-14).  Esta obra debe ser llevada a cabo antes de la venida de Cristo a redimir a su pueblo;  porque cuando Él venga, su recompensa ya está determinada y entonces dará a cada uno de acuerdo a sus obras (vea Mateo 16:27; Apocalipsis 22:12).  Pero, ¿cuándo tomará lugar esta última ministración en el segundo departamento?  ¿Tomará lugar la purificación del santuario después de que termine la obra ministerial de Cristo?
     “Hasta dos mil trescientos días; luego el santuario será purificado.” Daniel 8:14.

     En la profecía bíblica, cada día de tiempo profético es igual a un año de tiempo literal (vea Números 14:34;  Ezequiel 4:6).  Así que, 2300 días de tiempo profético son iguales a 2300 años de tiempo literal.  Pero ¿cuándo se iniciará esta profecía, de modo que podamos calcular su fecha de culminación  y determinar cuándo el santuario puede empezar a ser purificado?  Esto lo distinguimos en otra profecía que señala a Cristo como el Mesías, y de esta  manera nuestro Sumo Sacerdote:
     “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad...y ungir al santo de los santos.  Sabe, pues, y entiende que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas...y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí...Y por otra semana confirmará el pacto con muchos;  a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda...” Daniel 9:24-27.
     La historia revela que el decreto para restaurar y edificar a Jerusalén ocurrió en el año 457 AC, de modo que esta fecha es el punto de partida, tanto para las setenta semanas (490 días proféticos o años literales), como  también para los 2300 días/años proféticos.  Así que, el año 457 AC más siete semanas (49 días/años) nos llevan a través de la historia al tiempo en que el templo de  Jerusalén fue reedificado en el año 408 AC, más sesenta y dos semanas (434 días/años) nos llevan a través de la historia al momento cuando  Cristo fue ungido por el Espíritu de Dios como el Mesías en el año 27 DC (vea Mateo 3:13-17; Lucas 4:17-21).  Queda una última semana, y a la mitad de este último período de siete años, 3 ½ años, después que el Mesías fue ungido, Cristo fue crucificado por causa de nuestros pecados en el año 31 DC.  No fue sino hasta que los restantes 3 ½ años pasaron, que el primer martirio de los cristianos ocurrió cuando Esteban fue apedreado y el evangelio del reino fue dado a los gentiles en el año 34 DC  (vea Hechos 7, 8:1-8, 18:6).  Es así, como concluyen las setenta semanas o 490 años proféticos que muestran que Cristo es el Mesías y por lo tanto, el verdadero Sumo Sacerdote del pueblo de Dios;  pero los 2300  días/años proféticos no habían aún culminado.  Restando 490 años de 2300 nos quedan 1810 años.  Así que,  para descubrir cuándo los 2300 días/años proféticos deben terminar y la ministración de Cristo debe comenzar para purificar el santuario celestial de pecado, debemos adicionar 1800 años al año 34 DC, lo cual nos debe traer al año de 1844.
     Al fin de los 2300 días/años proféticos en 1844, Cristo cesó su obra ministerial en el primer departamento del santuario celestial y entró al lugar santísimo  para llevar a cabo la obra final de expiación, necesaria para purificar el santuario de pecado y anunciar su segunda venida.  En 1844 Cristo cerró la puerta (o entrada al velo) del primer departamento y abrió la puerta (o entrada al velo) en el segundo departamento del santuario celestial para comenzar la obra de expiación (vea Apocalipsis 3:7, 11:19).  Durante muchos años hasta ahora, Cristo ha estado ministrando en el segundo departamento, haciendo expiación por los pecados confesados y abandonados de su pueblo -primero por los muertos (vea Apocalipsis 11:18), y luego por los vivos (vea Ezequiel 9:1-6;  Apocalipsis 22:11).  Y cuando su obra Sumo Sacerdotal sea culminada, lo cual puede ocurrir en cualquier momento, ya que no hay cantidad de tiempo determinado, entonces Cristo cesará de hacer expiación para siempre; colocará todos estos pecados sobre la cabeza del macho cabrío  (Satanás), y cualquiera que escoja pecar pasado este tiempo, deberá cargar con la plena culpabilidad por su pecado – que es la muerte eterna (vea Romanos 6:23).
     Mientras la ofrenda por el pecado señalaba a Cristo como nuestro gran Sacrificio, y el sumo sacerdote representaba a Cristo como nuestro Mediador, el macho cabrío debe tipificar a Satanás, el autor de todo pecado, sobre quien los pecados del verdaderamente penitente, finalmente serán colocados – eliminándolos así del santuario.  Cuando Cristo, por virtud de su propia sangre, elimine los pecados de su pueblo del santuario celestial por sí mismo, al fin de su ministración, entonces colocará estos pecados sobre Satanás, quien, en la ejecución del juicio, debe cargar con la culpa final por todo el pecado.  Y como el macho cabrío era enviado lejos a una tierra deshabitada y nunca jamás regresaba otra vez a la congregación de Israel, así le ocurrirá a Satanás, junto con todos aquellos que le siguen en el pecado, será desterrado por siempre de la presencia de Dios y de su pueblo, para ser borrado de la existencia a la final candente destrucción del pecado y de los pecadores  en el lago de fuego y azufre (vea Malaquías 4:1-3; Apocalipsis 20:9-10, 13-15).
     ¿Está listo para que su nombre y carácter sean revisados delante de Dios en este tiempo de juicio?  ¿Está  listo para que Cristo termine su obra de expiación por usted en cualquier momento?  ¿Está  listo, con sus pecados confesados, perdonados y cubiertos por la sangre de Cristo Jesús, de modo que usted estará preparado para su venida en la cual recompensará con vida eterna a todos aquellos que han probado a sí mismos,  fidelidad hasta el fin? (vea Mateo 10:22).
     “¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida?  ¿O quién podrá estar en pie cuando Él se manifieste?”  “Dios trastornará a los impíos, y no serán más;  pero la casa de los justos permanecerá firme.”  “Justificados pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes...”  “Por tanto, tomad la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día  malo y habiendo acabado todo, estar firmes.  Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.  Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en todo con toda perseverancia...”  “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.” (Malaquías 3:2; Proverbios 12:7; Romanos 5:1-2;  Efesios 6:13-18; Hebreos 4:7).